Luego vino un emperador muy parecido a Nerón: Domiciano. Este gobernó entre el 81 y el 96 dC. Era un fiel venerador de las viejas tradiciones romanas. Quiso restaurarlas. Esto significó problemas para la Iglesia.
Además decidió que, como ya no había Templo en Jerusalén, todas las ofrendas judías anuales debían pasar a poder del Estado. Ante la renuencia de los judíos, el emperador empezó a perseguirlos y a exigir este pago.
Fue en esta época cuando Juan, el discípulo amado ya viejo, fue arrestado y confinado como reo en la isla de Patmos. Allí escribió el último libro de la Biblia: el Apocalipsis (90 – 95 dC)
Cuando Domiciano empezaba lo crudo de la persecución, fue asesinado en su palacio. Era tan odioso, que su nombre fue borrado de todas las inscripciones hechas en su honor. La iglesia gozó de un período de paz.
Juan salió libre gracias al edicto del emperador Nerva (96 dC) y se cree que pasó sus últimos días en Éfeso, en Asia Menor.
Así finaliza el primer siglo de la Iglesia, expandida, perseguida, pero a la vez amenazada por el virus de la herejía…
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