Lección 2: Para el 10 de octubre de 2020 Sábado 3 de octubre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Génesis 3:1–15; 2 Corintios 4:6;
Lucas 1:26–38; Mateo 1:18–24; Efesios 4:15; 1 Juan 3:18; Deuteronomio 6.
PARA MEMORIZAR:
“Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu
madre” (Prov. 1:8).
Como seres humanos, siempre estamos aprendiendo. De hecho, la vida
misma es una escuela.
“Desde los tiempos más remotos, los fieles de Israel habían prestado
mucha atención a la educación de la juventud. El Señor había indicado que,
desde la más tierna infancia, debía enseñarse a los niños de su bondad y
grandeza, especialmente como está revelada en la Ley divina y expuesta en
la historia de Israel. Los cantos, las oraciones y las lecciones de las Escrituras
debían adaptarse a las mentes en desarrollo. Los padres y las madres debían
instruir a sus hijos en que la Ley de Dios es una expresión de su carácter,
y que al recibir los principios de la Ley en el corazón, la imagen de Dios se
grababa en la mente y el alma. Gran parte de la enseñanza era oral; pero el
joven también aprendía a leer los escritos hebreos, y se abrían a su estudio
los pergaminos del Antiguo Testamento” (DTG 49, 50).
Durante la mayor parte de la historia humana, por lo común la educación
se impartió en el hogar, especialmente durante los primeros años. ¿Qué
dice la Biblia acerca de la educación en la familia, y qué principio podemos
extraer de ella, cualquiera que sea nuestra situación familiar?
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