Martes 6 de octubre | Lección 2
Concretamente, la educación en cualquier nivel es comunicación. El
maestro tiene conocimiento, sabiduría, información, hechos y demás para
transmitir al alumno. Alguien con mucho conocimiento debe tener la capacidad de comunicarlo a los demás; de lo contrario, ¿de qué sirve todo lo
que sabe, al menos, en términos de enseñanza?
No obstante, por otro lado, las buenas aptitudes docentes no consisten
solo en la capacidad de comunicarse. También es fundamental entablar una
relación para todo el proceso. “El verdadero maestro puede impartir a sus
alumnos pocos dones tan valiosos como el de su compañí a. Puede decirse
de los hombres y las mujeres, y mucho más de los jóvenes y los niños, que
solamente los podemos comprender al ponernos en contacto con ellos por
medio de la simpatía; y necesitamos comprenderlos para poder beneficiarlos
más eficazmente” (Ed 212).
En otras palabras, la buena enseñanza también funciona en los niveles
emocional y personal. En el caso de la familia como escuela, esto es muy importante. Se debe construir una buena relación entre el alumno y el maestro.
Las relaciones se entablan y se fomentan mediante la comunicación.
Cuando los cristianos no se comunican con Dios, por ejemplo, mediante la
lectura de la Biblia o la oración, su relación con Dios se estanca. Las familias
necesitan la conducción divina para crecer en la gracia y el conocimiento
de Cristo.
Lee los siguientes textos. ¿Qué podemos aprender de ellos para entablar
relaciones familiares (o de cualquier tipo) sólidas? Salmo 37:7–9; Proverbios
10:31, 32; 27:17; Efesios 4:15; 1 Juan 3:18; Tito 3:1, 2; Santiago 4:11.
Dedicar tiempo a sembrar las semillas adecuadas de la comunicación
no solo preparará a los miembros de la familia para una relación personal
con Cristo, sino también ayudará a desarrollar relaciones interpersonales
dentro de la familia. Abrirá canales de comunicación que te alegrarás de
haber formado una vez que tus hijos lleguen a la pubertad y a la edad
adulta. E incluso si no tienes hijos, los principios que se encuentran en
estos versículos funcionan para todo tipo de relaciones.
Piensa también por qué no solo importa lo que decimos sino cómo lo decimos.
¿Qué aprendiste de las situaciones en las que tu forma de decir algo arruinó el
impacto de lo que dijiste, por más que hayas dicho lo correcto?
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